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domingo, 2 de diciembre de 2012

Príncipe de Armadura Blanca.


Título: Príncipe de Armadura Blanca.
Autora: Athena Leciel.
Pareja: Haitsu.
Género: Romance y Amistad.
Advertencia: Sólo amistad. Además de eso, puede que tanga,
como puede que no tenga continuación.
Extensión: One-Shot.
Estado: Terminado.


*~*~*



Príncipe de Armadura  Blanca.





Tetsuya, puedo decir que de tus dulces acciones me habría de enamorar.
Tetsuya, pero no puedo decir que ya por ti he caído en amor, puesto a que no conozco más allá de tu lindo nombre y tu amabilidad incomparable, tampoco me es permitido amar a alguien más. Pero creo que eres como ése apuesto caballero o ése ilustre príncipe de cuento de hadas, disfrazado de un hombre común y corriente.
¿Es que acaso he encontrado un mago mítico sin notarlo y con su magia éste me revistió de príncipe, con una elegante e invisible vestidura decorada de oro puro y cristales imaginarios?
Tetsuya, ¿puedo saber más de ti?
Nunca he creído en el amor de parejas y mucho menos si es a primera vista; pero puedo creer que un cariño de amigos podría nacer entre un burgués bajo ropas de plebeyo y un joven de pueblo revestido de príncipe.
No pediré un costoso baile dentro de tu palacio que con músicos decore de romanticismo el ambiente de ilusión, tampoco increíbles platillos preparados por las manos más audaces de los cocineros con renombre, ya que no soy quien para ello. No pediré nada sin tener derecho a, pero si algún día me fuera concedido algún travieso deseo, ése sería saber un poco más de ti, apuesto caballero de tez morena y armadura blanca; brillante sonrisa y voz profunda.


–Hideto.


     Nunca creí que un chico tan sano como yo podría enfermar, ¿quién lo diría? Ó… ¿quién incluso lo pensaría alguna vez?

     Y heme aquí, en espera de que esa odiosa y patética enfermera venga a colocarme la vía en la vena, por medio de la cual aplicarían el medicamento a mi persona. ¡Ah! Sí, me hallo en el hospital; seré sometido a quimioterapias, ésta es la cuarta, de seis que habré de recibir.

     Nunca me he quejado, bueno, sí. Pero no en grandes cantidades y sólo a veces, hoy es uno de esos días. ¿Por qué esto no puede acabarse y ya? ¡Ya quiero estar completamente sano!... ¡Oh! Ahí viene alguien y para mi sorpresa es un enfermero, tiene consigo una pequeña canasta de metal llena de todas esas agujas, adhesivos, algodones y alcohol. ¡Los odio! Él empezó su labor.

     Tomó la elástica y sin delicadeza la amarró a mi brazo derecho. Antes de esa acción, yo le pedí que lo hiciera en mi brazo izquierdo, pero no quiso escucharme y lo hizo como él lo decidió. El amarre de la elástica era muy fuerte y de verdad me dolía.

     –Oye…me está doliendo– le hice saber, pero él rió, cosa que honestamente no me agradó.

     –No duele, no seas tan poquito– yo lo miré con mi ceño fruncido.

     –¡Claro que me duele!– él seguía buscando la aguja perfecta mientras ignoraba lo que le decía.

     –Para que no digas nada, usaré la más pequeña– refiriéndose al tamaño de la aguja. Yo para antes de ése momento ya estaba tenso a causa de la elástica que estaba cortando la circulación de sangre por mis venas y como producto final, palpitaba de manera insistente y desesperante. En vista de que él no atendería a mis súplicas, decidí respirar hondo y tratar de soportar el dolor. Pero parecía como si por cada bocanada de aire que yo inhalaba, él más se tardaba y el dolor era más intenso.

     Él limpió con el algodón untado en alcohol la zona donde introduciría el pequeño objeto afilado; finalmente lo hizo, perforó en mi antebrazo y dolió más que una patada en las nueces. Me tensé aún más, mi respiración se cortó, con mucho esfuerzo intenté pensar en cosas lindas, bellas y… ¡Al demonio, dolía terriblemente!

      –¡Oye, me duele mucho!– comencé a insistirle. Él no sentía lo que yo. ¿Cómo podría él estar tan seguro de que de verdad no me dolía? Él como una bestia sólo movía el artículo médico de un lado a otro dentro de mi vena y dolía… dolía mucho. Le hice saber con desespero que la elástica aún prensada a mi brazo estaba atormentando mi existencia, ésa presión me hacía sentir como si fuera a romper mi brazo y no era nada agradable.

     Él malhumorado quitó el tormento de mi brazo. Mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas e ignorándolo me metí en mis pensamientos, sólo alcancé a oír cuando él dijo: –“Está muy nervioso, así no podré agarrarle la vía”– Yo apreté mis dientes, ¡desgraciado! ¡No eran nervios, era tu bestialidad al tratar a un paciente como yo! Vi como esperó a que me “calmara”, mientras él aguardaba atendiendo a otros pacientes en la sala de quimioterapias. Minutos luego regresó para ponerme la vía intravenosa en el brazo izquierdo. Con odiosidad me dijo:

     –Ahora usaré la aguja grande–.

     –¡Haz lo que te dé la gana– Le dije con altanería. Él me miró y procedió a hacer lo que había hecho antes con mi otro brazo, pero al parecer tuvo más cuidado. Yo lloraba en silencio, al tiempo que escuchaba comentarios como: –“Él está nervioso” – ý –“él está asustado”–. Apreté mis puños para contenerme, ellos daban los veredictos que creían y aseguraban a ciencia cierta, cuando no, no estaba asustado y no, no estaba nervioso. Estaba furioso, enojado. Quería que todo acabara, me sentía humillado y débil. Comenzaron a pasar el suero con el fin de preparar mi vena para luego aplicarme el medicamento correcto, su nombre era Mabtera.

     Al principio la reacción que mi cuerpo manifestaba al recibir el medicamento, era nauseas, fuertes nauseas y una piquiña, incómoda que a su misma vez me ardía, la reacción duraba alrededor de cinco minutos. Una vez superada esta parte dicha antes, el remedio químico me producía sueño y yo me dormía, ya que normalmente éste era uno de los síntomas en la mayor parte de los pacientes y no era algo que yo pudiera evitar, así que poco a poco mis fuerzas se fueron debilitando y comencé a sentirme relajado, sin darme cuenta me dormí profundamente. Aunque estaba relajado, era algo incómodo; yo odiaba dormir con luces encendidas y por ser una sala de quimioterapias, no podían apagarlas.

     Pero antes de entregarme a los brazos de Morfeo pedí llamaran a mi hermano menor y me dirigí a él cuando estuvo ya a mi lado.

     –Gackt… pásame ésa sábana, muero de frío– dije ya casi sin fuerzas y muy adormilado. Él fue hasta donde yo señalé con mi dedo y la trajo consigo, me cubrió y lo último que sentí, fue un beso en mi cabeza, seguida de una suave caricia. Puedo jurar que sonrió al hacerlo, a pesar de que no le vi la cara, ya que mis ojos estaban cerrados.

     Entonces me dormí por fin, de tanto en tanto me despertaba, me movía buscando acomodo. También en varias de ésas ocasiones me encontraba con la mirada del enfermero observándome, yo sólo lo ignoraba y continuaba tratando de dormir lo cual lograba hacer sin mucho esfuerzo. En otras oportunidades sentía incomodidad gracias a las voces de las otras personas cuando hablaban o en su defecto, la bulla intolerable que el televisor emitía, sí había un televisor y nadie le prestaba atención, pero aún así, estaba encendido. Trataba de seguir durmiendo y pues, sí, lo hacía de nuevo.

     Cuando desperté de nuevo, vi al enfermero cambiando parte de mi medicamento.

     –¿Cuánto falta?– pregunté semidormido.

     –Esto es suero, es para lavarte la vena y luego podrás irte–.

     –Uh…– dije, frotándome los ojos –¿Podrías llamar a mi hermano?– pregunté y él asintió. Lo observé dirigirse a la puerta, abrirla y lo llamó. Gackt vino sin pensarlo dos veces a donde yo estaba.

     –¿Te encuentras bien?– preguntó acariciando mi cabeza, yo asentí.

     –Quiero ir al baño– admití, mirándolo a los ojos. Él me ayudó a llegar hasta el  baño, lo usé con su ayuda. Estaba aún bajo los efectos de la Mabtera. En un momento, él dulcemente mi miró.

     –Vino a verte el enfermero que estuvo en tu habitación cuando estabas hospitalizado– lo observé con un poco de asombro.

     –¿De verdad? Pero yo estaba dormido– no lo creía.

     –Sí, hasta acomodó tu sábana– lo miré confundido.

     –¿Cómo así que acomodó mi sábana?– pregunté, algo en mi quería saberlo. Gackt rió por lo bajito y con gusto aclaró mi confusión.

     –La manta con la que estabas arropado, estaba en el piso. Él la tomó y la acomodó para cubrirte del frío– sus palabras me llevaron a imaginar la escena y pude sentir mis mejillas arder.

     Salimos del baño y tomamos las hojas con instrucciones escritas en ellas, ya selladas que las delataban como oficiales y reales, aquellas que él médico nos dejó. Una vez el enfermero me quitara el adhesivo y la vía de mi brazo, dejamos la sala de quimioterapias. Me senté en la sala de espera, debía aguardar hasta que un amigo de mi hermano viniera por nosotros, Ken. Quien siempre nos acompañaba. Mi hermano menor fue a avisarle mientras yo los esperaba sentado.

     Aún me sentía débil y con mucho sueño, tal vez la medicina permanecía haciendo efecto. Como les comenté antes, siempre me daba sueño así que pegué mi almohada a mi pecho, lo suficientemente alta para poder sostener mi cabeza y seguir durmiendo hasta que Gackt llegara con Ken.

     Giré mi vista hacia el lado derecho del pasillo donde me encontraba y lo vi, vi al enfermero, intentando dar o tomar algo de uno de los laboratorios. No estaba seguro, no alcanzaba a ver con claridad. Él estaba en la puerta esperando.

     –Tetsuya... – susurré.

     Me quedé observándolo, parecía que no se había percatado de mi presencia. Quería saludarlo y darle las gracias, pero no sentía fuerzas para ir hasta donde él se hallaba. Él sonreía de la manera más linda, estoy seguro de que mi mirada era intensa. Él entró por la misma puerta y ya no le vi más. Mi hermano llegó, yo quería con ansias que él saliera para verlo, verlo tan solo una vez más.

     –Hyde, nos vamos– era la voz de mi hermano –Ken, ayúdalo– dijo. Me sentí un poco sin fuerzas, con ayuda de Ken yo logré llegar a planta baja, me era dificultoso por razones antes dichas, además de que ahora estaba un poco mareado. Llegamos al aparcadero, donde estaba el auto de Ken en espera por nosotros, subimos a él y regresamos a nuestra casa.

     En el auto de Ken comencé a recordar las palabras que Gackt me había dicho cuando llegamos a casa el día que por fin me habían dado de alta y me dejaron retornar a mi hogar.

     “Yo creo que él gusta de ti” fueron las palabras de mi hermano. Yo le pregunté por qué razón él creía eso y él me respondió: “Él muchas veces se asomó en tu habitación, pero tú no te diste cuenta. Además de qué… ¿no recuerdas como te trató la noche antes de venirnos?”. Ésa pregunta me llevó a recordar el momento.

     Eran casi las ocho de la noche y estaba pensando en lo mucho que quería regresar a casa con Sakura, mi perrita y mi hermano, claro; cuando miré a la puerta y vi a un enfermero, él guió su vista hacia el espacio donde yo me hallaba y me miró, por mi parte le sonreí y él correspondió mi sonrisa, con otra más brillante que la mía. Posteriormente le saludé con mi mano y él se acercó a la entrada manteniendo la distancia.

     –Hola– saludé cortésmente.

     –Hola, ¿cómo estás?– respondió preguntándome.

     –Bien ¿y tú?– yo estaba comiendo un dulce hecho por mi tía.

     –Feliz, mañana podré regresar a mi casa– él sonrió.

     –Que agradable oír eso– sonrió una vez más, con ésa lúcida sonrisa.

     –Pasa, yo no como humanos– lo invité a adentrarse al lugar con un toque de humor. Él rio y entró acercándose un poco más, aun manteniendo la distancia. Entonces le ofrecí un poco de lo que yo estaba ingiriendo pero él lo rechazó con cortesía –No está envenenado o algo así, pero si no quieres ¡más para mi!– le dije, manteniendo el humor en mis palabras, él reventó a carcajearse y yo sonreí complacido de verlo así. Tuvimos una cómoda conversación, hablamos acerca de su edad, en cual área del hospital ejercía su carrera y sobre muchas otras cosas, entre esas, me dijo su nombre; en ese momento recordé que dentro de la pequeña nevera que estaba en mi habitación había una manzana, que una amiga me había llevado en una de sus visitas, ésa fruta quise ofrecérsela. Me levanté dirigiéndome a la despensa, él sólo siguió mi silueta moverse con su vista.

     Bajé mi cuerpo hasta quedarme en cuclillas para estar a la altura del pequeño electrodoméstico y tener un acceso más cómodo a éste, saqué la manzana y noté que estaba fría. Con alegría en mi rostro me levanté y giré sobre mi propio eje para estar de frente al enfermero, ya que antes mientras buscaba el fruto estuve dándole la espalda. Al girar, por error me mareé y caí; en un acto rápido él se acercó a mi y me sostuvo, impidiendo que cayera y que posiblemente me propinara un golpe, que por consiguiente me lastimara y para mi desgracia, me impidiera el retorno tan anhelado a casa que al fin había obtenido. A causa dé la impresión del momento, dejé caer la manzana que rodó hasta chocar con los pies de alguien.

     –¿Estás bien?– me preguntó.

     –S-si…– me sentí nervioso. Él me ayudó a incorporarme y en ése momento vi a mi hermano elevar su cuerpo con el fruto en una de sus manos.

     –¿Qué pasó?– preguntó serio y preocupado. Lo miré y respondí lo antes posible para calmar su asustado estado.

     –Casi me caigo, pero por fortuna Tetsuya me sostuvo– vi su cara de alivio.

     –Oh… Hola, soy Ogawa Tetsuya– extendió su mano.

     –Soy Satoru, pero todos me llaman Gackt– respondió el cortés saludo.

     –Es un placer– agregó.

     –Soy su hermano menor, bueno, hermanastro menor– lo fulminé con la mirada ante su acotación, él sabía que odiaba que dijera eso. Aunque fuera real, para mi él era de mi sangre. –Gracias por cuidar de él mientras no estaba–.

     –No tienes nada que agradecer– sinceró. Satoru sólo sonrió y se acercó a mí, me ayudó a regresar a la cama.

     –La doctora ha dicho que mañana nos entregará la orden firmada y sellada que indica tenemos la libertad de irnos sin ningún problema. Además, me dijo también que nos daría las órdenes de cuando deberán aplicarte el medicamento– informó. Yo estuve en estado neutro, no sabía por qué. La voz de Tetsuya me sacó de mi ensimismamiento. 

     –Oye Hideto– me llamó –mañana trataré de venir a verte antes de que te vayas. Por ahora debo regresar al trabajo– aseguró.

     –Está bien, gracias por tu compañía. Cuídate ¿si?– le pedí despidiéndome.

     –Lo haré, tú igual– me pidió. Sin más tiempo que perder, él se fue y Gackt me miró extrañado, seguimos hablado y me di cuenta de que no le entregué la manzana, estaba sobre la nevera, justo donde mi hermano la había dejado antes de ayudarme a regresar a la cama.

     Al día siguiente, teniendo todas nuestras cosas listas para partir y sin ganas de regresar al centro médico; tal cual Tetsuya lo había prometido, había ido a verme. A despedirse, quizás nunca más nos viéramos. Me dijo que había sido un placer conocerme y que esperaba me recuperara del todo. Tomé la manzana que aún estaba donde había sido situada la noche anterior y se la entregué, le dije que la aceptara, que era de agradecimiento y porque me agradó conocerlo también. Él la tomó y regresó al trabajo. Yo y mi hermano regresamos a casa con Sakura.

     Honestamente me parecía una persona muy agradable. Era apuesto, amable y simpático. Pero aunque su atención conmigo ésa noche y al día siguiente se prestaría para que le gustase, que por si fuera poco él recordaba haberme visto llegar en silla de ruedas cuando me transfirieron desde emergencia hasta el piso séptimo; por su manera de tratarme y todo eso. No lo creo, es decir ¿era gay? No sólo eso, de serlo, seguramente tenía a alguien en su vida. Siendo él así, lo más lógico es que esté con alguien, además de que tenía buen porte y una persona así, no estaría sola.

     Sólo espero volverlo a ver algún día y agradecerle. Al menos quisiera tener una amistad con él, él era como un príncipe para mi. Un príncipe de armadura blanca.

*~*Fin*~*


Krumita~ Lo prometido es deuda. Lamento haberme tardado tanto en leer tu fic.  Justo hoy lo terminaré como ésa. ;A; 
Espero  que les guste éste Haitsu fuera de lo común.
Lamento de verdad si no hay  un romance como todas esperaría, pero la idea principal está basada en hechos reales. Y aunque muchas otras cosas son sólo situaciones agregadas, no quise cambiar la esencia de la realidad, por éso es que es posible que tenga, como puede que no tenga continuación.

Bye, Bye~
Athena LeCiel los ama~ <3







martes, 2 de octubre de 2012

¡Que no es una cita!


*~*Nota de Autora*~*
Holaaa, mucho tiempo desde que publiqué actualización de éste fic ¿verdad?
;_; Lo lamento, pero tuve muchos inconvenientes T-T Pero me alegro de al menos poder publicar éste cap antes de empezar clases, ¡EMPIEZO MAÑANA ;A;!
Leisy~ mira, no he olvidado que éste fic te lo dedico~

Y gracias a Krumita <3 que me ha animado mucho,

me ha dado fuerzas y me ha inspirado a seguir escribiendo éste fic.
Las quiero, mis chicas lindas <3

Gracias por estar ahí en todo éste tiempo.

Saben, hace ya más de un año que empecé a escribir éste fic y apenitas voy por éste cap T-T
Tengo que esforzarme y lo haré. ¡Gambatte!


Bueno, ¡A LEER!~~
*~*Fin nota de Autora*~*




Capítulo 3
¡Que no es una cita!




     Si digo que Yukihiro no pasó todo el día nervioso debido a que por la noche se reuniría con él, estaría mintiendo. Porque la realidad era que los nervios le carcomían las entrañas y es que, sonaría vergonzoso si lo dijese pero, nunca antes había tenido una cita.

     Espera ¿Una cita? Yukihiro se golpeó mentalmente. Eso no era una cita. Además, Ken no era una chica. Y un chico y un chico en una cita ¿qué no sería extraño?, pues sí, lo sería. Así que no es una cita.

     –Hijo– su madre tocó a la puerta.

     –Puedes pasar mamá– su adorable hijo dio la señal. La puerta se abrió dejando mostrar la figura de la mujer no tan vieja y con un rostro bien formado. –¿Dime madre?– pidió.

     –¿Quién dices que vendrá por ti ésta noche?– bueno, antes lo habíamos dicho, el trauma de su madre era la música y Yukkie no podía darse el lujo de que su madre sepa que “su amigo” es músico, ya que lo pondría en su lista negra de una vez. Okay, un momento ¿lista negra? ¿Y cuál era el problema? si incluso Yukihiro lo tenía en su Death Note (imaginario por supuesto). Bueno, el problema radicaría en que si su madre sabía, Yukkie no podría ir a cenar con él ya que no lo dejaría ir y eso evitaría que Ken se alejara de él de una buena vez.

     –Oh… él es Ken… Eh, un amigo del instituto– lo extraño es que su madre nunca antes lo había oído. Ella conocía a Megumi y a Kishi, pero ¿Ken?, nunca antes.

     –Él no ha venido ¿No es así?– las madres siempre tan perspicaces.

     –Eh… no madre– Yukkie sentía el sudor correr.

     –¿Y eso se debe a qué?– Y esa era la pregunta que no quería escuchar. Pero debía mentir una vez más.

     –Oh madre… esto… eso se debe  a que somos amigos hace unos dos meses, pero él no había podido venir– su madre lo observó –“Espero que eso la calme” Yukkie pensó.

     –Bien– ella sonrió y Yukkie se sintió aliviado.

     –Entonces, pídele que baje para conocerlo– ella seguía sonriendo.

     –¿Qué?– creyó escuchar mal.

     –Que le pidas que baje de su carro para conocerlo– Yukkie sintió que quería morir.

     –Eh…– no tenía palabras de expresar lo que estaba sintiendo –Madre…– si decía que no, sería algo muy obvio, pero no quería que su madre lo conociera –Bien, le diré–.

     –Okay– y la madre salió del lugar, pero Yukihiro quería morirse.

     –Yukihito…– susurró con tristeza –¿qué pensarías tú de mi?– se levantó de su cama, lugar donde había permanecido incluso cuando su madre había llegado y entró al baño, necesitaba relajarse lo más que pudiera ya que estaba un ochenta por ciento seguro de que más de una vez perdería la paciencia con él.


~*~Kenki in love~*~


     Ken estaba preparándose, aún eran las cinco en punto de la tarde, pero por alguna extraña razón que no comprendía se sentía emocionado. Quizás era porque había logrado lo que quería, que aceptara comer con él más por sentirse ganador que por cualquier otra cosa, o eso era lo que él creía.

   Quería que todo estuviese en orden, quería de cierta forma sorprenderlo y era algo extraño, porque ni con su ex-novia había intentado algo como eso, no es que esté yo narrándoles que la ignoraba y no hacía cosas lindas por ella, pero esto era algo distinto. La emoción que sentía, era algo diferente.

     –Hijo– llamó su madre, intrigada por lo que sea que él estuviera haciendo.

     –¿Si mamá?– preguntó éste, aún dentro de la nevera.

   –¿Qué haces?– preguntó de nuevo, viendo como éste aún no la miraba por estar muy ensimismado con lo que hacía.

     –Eh… pongo a enfriar un vino de la reserva de papá, se lo pedí y me lo dio–  respondió sin más, no había razones para ocultar nada. Su madre se sorprendió un poco.

     –¿Y para qué es?– interrogó por segunda vez, acercándose a él.

     –Mamá, ¿cómo qué ‘para qué’?– la miró con obviedad –¡para tomarlo!–.

     Su madre río, ella claro que sabía que era para beberlo, ¿sino para que más sería el vino? Pero ella se refería a ¿en qué situación o evento la usaría? Puesto a que Ken no era de esos que tomaba vinos porque le provocó y ya. Tendría que haber una razón.

     –Hijo, sé que es para beberlo, ¿pero con quién lo harás?– las madres siempre sospechando de todos.

   –Ah cierto, olvidé decirte madre– cerró la puerta del refrigerador y la miró con normalidad –hoy vendrá un amigo, iré a buscarlo– ¿amigo? Hasta él se sorprendió de la palabra que acababa de usar.

     –Oh, ¿quién vendrá?– se emocionó, ella definitivamente disfrutaba de los amigos de su hijo, siempre la hacían reír con sus ocurrencias ya que al fin y al cabo eran adolescentes que solo buscaban aventuras y diversión. –¿Hideto?, ¿Tetsuya?, ¿Ayana? o ¿Sakura?– se acercó a él que ya había comenzado a alejarse, ya que si venían debía preparar alguna comida especial, ¿por qué? ¡Ellos comían! Y no les importaban estar en casa ajena, bueno que en realidad ya todos los padres y todas la madres de todos ellos los veían como si fueran hermanos.

     Ken se sintió incomodo con su pregunta y quizás debió explicarlo antes.

     –Mamá, eh… él es un amigo que no ha venido antes– sonrió de manera nerviosa sin saber porqué. Su mamá de pronto se desilusionó, pero un momento ¿qué otro amigo? Ken sólo tenía a ellos por amigos y a Ein, que eran amigo desde la infancia.

     –¿Ken y quién es él? No lo conozco– informó a la expectativa. Por un momento no supo que decir pero ¿qué podría decir?

    –Somos amigos hace poco tiempo, bueno unos tres meses, pero antes no había podido venir a la casa– fue lo primero que se le ocurrió decir y ¿qué tal? Yukkie dijo algo muy parecido.

     –Comprendo, ¿quieres que les prepare algo?– ofreció, ya que era un amigo y debía ser igual de amable con él.

      –No mamá, no te preocupes, ya hablé con Mizuki– una de las muchachas de servicio –ella ya sabe que hará y la comida ya está lista– sonrió y su madre se sorprendió ¿desde cuándo su hijo era tan responsable?

    –Bien, espero tu amigo disfrute estar aquí– expresó con sinceridad y Ken salió, debía bañarse.

       El principio de la noche llegó, y  Yukihiro sentía su estómago en su garganta.

     –“Joder ¿qué me pasa? ¡Solo es una estúpida cena y ya!”– pensaba, eran las siete y estaba listo, tal cual Ken le había dicho, en cualquier momento llegaría y su madre quería conocerlo, de paso. Se encontraba en el frente de su casa esperando por él para decirle algunas cosas antes de que él hablara con su madre. –“¿Qué haré? Yukihito, por favor, ayúdame…”– Él no entendía por qué tanta angustia dentro de sí.

     Ring~ Ring~ Ring~ sonaba un teléfono.

     –¿Moshi, Moshi?– contestó Yukihiro.

     –¡¡YUKKIE!!– escuchó un alarido al otro lado del teléfono.

     –¡Megu-chan! ¡No me grites!– ¡argh! Cuanto odiaba la bulla, lo desesperaba.

     –Lo siento– se disculpó –Pero, eso no es importante ahora–.

     –¿Y para qué llamas?– demandó.

   –¡¡¿Cómo es eso que tendrás una cita con Kitamura Ken?!!– gritó de nuevo. Y esa pregunta descolocó a Yukkie porque ¡no era una cita!

     –¡No es una cita!– se defendió, no era justo que creyeran eso porque no lo era.

    –¿Entonces por qué comerás con él?– preguntó ella de nuevo. Lo mataría por no contarle.

    –Eso es algo que no puedo hablar ahora porque…– ella lo detuvo.

    –¡Entonces si es una cita!– afirmó de nuevo.

   –¡QUE NO ES UNA CITA! – gritó con frustración. “¡Voy a matarte Enomoto Kishi!” pensó.

  –¿Y por qué no habría de ser una cita? – preguntó una tercera persona, Yukihiro al escuchar esa voz quiso que la tierra lo tragara, quiso morir. Volteó y sus ojos se posaron en unos más altos y su estómago dio otro vuelco.

    “¡Demonios!” pensó Yukkie.

   –D-debo colgar Megu-chan– titubeó y al otro lado de la línea se escuchó un audible quejido.

   –Pero Yukk…– silencio.

   Silencio…

    –H-hola– saludó Yukkie tratando de ignorar su pregunta.

     –Hola– saludó muy seguro de sí mismo Ken, quien profundizó su mirada. –dime ¿por qué no podría ser una cita? – preguntó. Yukkie comenzó a sentirse más nervioso aún si es que eso podría suceder.

    –Hijo, ¿es él tu amigo? – preguntó la madre de Yukkie quien se acercó a la entrada de la casa. Yukkie escuchó el coro de los ángeles, su madre fue un ángel que los dioses habían enviado para su salvación en ése momento.

     –A-ah, sí madre– se acercó rápidamente a ella –Madre, él es Kitamura Ken–.

     –Es un placer, Sra. Awaji– extendió su mano para que la Sra. la estrechara, y así lo hizo.

   –Igualmente Ken– dijo –¿A qué hora piensas traer a Yukihiro?– preguntó cautelosa, mientras Yukkie moría de vergüenza. Ken rió internamente.

     –A las nueve de la noche lo tendrá aquí, Sra. Awaji– aseguró y por alguna extraña razón, la madre de Yukkie se sintió muy a gusto con él.

     –Bien…  Yukkie– llamó.

     –¿Si? – respondió.

   –Sé educado– lo miró con esas miradas que dicen “si me entero que no lo hiciste, TE MATO”.

     –S-si, madre– aseguró con un poco de nerviosismo.

    –Bien, Yukkie ya debemos irnos para llegar a tiempo– le hizo saber y por muy raro que sonara, Ken se sintió importante hablándole de esa manera a Yukkie. No es como si fuera alguna clase de dominante pero, se sintió de manera extraña bien.

   –Sí, adiós madre, estaré de vuelta en poco– aseguró, más por sí mismo, por cómo se sintiera que por hacerle saber a su madre cuando llegaría.

    Subieron al auto y se fueron, el camino estuvo en silencio, Ken con su mirada fija en la carretera y Yukihiro mantuvo en todo momento su mirada en la ventana y se daba cuenta de que quizás no vivían muy lejos el uno del otro.

    Cuando se encontraron en la casa de Ken, Yukihiro pudo descubrir que eran realmente adinerados aunque no muy ostentosos. La casa era de dos plantas, planta baja y alta; su estructura era elegante pero a su vez moderna y a simple vista lucía acogedora; los árboles a su alrededor no faltaban.

    Al entrar, los ojos de Yukihiro no paraban de admirar tanto sentido de la decoración y moda hogar.

   –Bienvenido Joven Yukihiro– una fila de sirvientes les esperaban mientras que el mayordomo principal decía tales palabras y el resto se inclinaban hacía adelante a hacer su respectiva venia en respeto.

     Yukihiro se sintió un poco incomodo. ¿Cómo es que ellos sabían su nombre? ¿Acaso Ken había pedido que hicieran eso? Es lo más lógico pero, sigue siendo extraño.

   –Gra-gracias…– hizo una venia devuelta, cosa que hizo reír por lo bajito a Ken y sorprender a los sirvientes.

      –Ven, vamos– invitó, dándole un pequeño empujoncito en la espalda incitándole a que lo siguiera. Yukihiro lo siguió aún fascinado de su casa.

       –Kitamura Ken…– Ken lo miró mientras se acercaban a unas escaleras.

       – ¿Dime?–.

       –Cariño–llamó una hermosa mujer.

       –Mamá– nombró el mayor de ambos.

       –¿Es él tu amigo? – preguntó mirándolo.

       –Sí mamá, te lo presento, él es Awaji Yukihiro– Yukkie hizo una venia y se acercó a ella y del mismo modo en que Kitamura lo habría hecho con su madre extendió su mano.

       –Es un placer Sra. soy Awaji Yukihiro–.

    –Oh, el placer es mío, querido; mi nombre es Kitamura Yume.– “cuanta amabilidad” pensó Yukihiro –Espero puedas pasarla a gusto en nuestra humilde casa– dijo la mujer con una sonrisa resplandeciente en su rostro. “¿Humilde casa?” pensó Yukihiro.

       –Muchas gracias– sinceró el menor.

       –Mamá, ya debemos irnos–.

      –Cierto cariño, disfruten su cena– y fue ella quien se fue primero. Ken haló de la manga al peli-largo demostrándole que aún debían caminar. Y ambos olvidaron la conversación que tenían antes de que la medre del más alto se les acercara.

      Subieron las escaleras, caminaron por un ancho pasillo y Ken se detuvo en una puerta; una ancha puerta, tomó la perilla y empujó hasta abrirla por completo –adelante– ofreció.

       Yukkie lo miró un poco extrañado pero entró y al estar dentro no podía creer lo que sus ojos le permitían ver.

       –¿Qu-qué es e-esto?– se sintió nervioso, retrocedió un paso pero su cuerpo chocó contra el de su acompañante.

       –¿No te gusta?– sonrió.

   –P-pero… ¿por qué está así?– preguntó intentando entender la situación, era una habitación de estar, como un pequeño living, con una ligera y tenue luz proveniente de una hermosa lámpara estilo candelabro que estaba sujeta al techo, de piedras hermosas, con perlas. ¡Qué costoso sería eso! Mientras que la mesa estaba adornada con un candelabro de velas; ya encendidas cabe destacar, al centro de la misma, con pequeños arreglos de rosas rojas, blancas y azules. Dos copas, las más elegantes.

      Un dulce olor se albergaba en ésa habitación, se podía reconocer que era aromatizante de toronja, dulce toronja con un dejo del más fino aroma de suaves rosas.

      –Ven, siéntate– ignorando su pregunta. Yukihiro lo miró, debía ser fuerte si quería lograr su cometido. Yukihiro se sentó y solo al hacerlo descubrió que, la mesa estaba justo al lado de un ventanal, él cual a su vez era una puerta cuyo paso le permitiría a cualquiera ir hacia un elegante balcón.

     El nerviosismo le estaba carcomiendo las entrañas y no entendía por qué. Ken lo miró  sonriente y dio una especie de señal para que los sirvientes empezaran a servir los impresionantes y deliciosos platillos que el chico rico tenía preparado para el chico silente.

     –Pescado a la naranja– iba nombrando el dueño de la idea de tener una cena juntos; Kitamura, al momento que un mayordomo iba sirviendo el platillo,–Ensalada de camarones, zanahorias y aguacate con salsa bechamel– el invitado podía notar como casi sus palabras estaban llenas de orgullo, estaba un poco impresionado, no se esperó comer algo así –Ahora, un vino de la reserva especial de mi padre– ésa aclaratoria lo descolocó más aún. Ken se percató de que su invitado no decía nada así que decidió averiguar el por qué –¿Qué ocurre, no te apetece?– hasta entonces Yuki, quien había tenido su vista clavada en el centro de la no tan grande mesa, dirigió el curso de sus ojos hacia el moreno fastidioso, según él.

     –No es eso– negó ante la pregunta de su acompañante –Es que aún deseo saber, ¿por qué haces todo esto?– dejó su mirada sostenida ante del chico a quien tenía en frente.

     –Ya te dije, sólo era para disculparme por lo que ocurrió aquél día en la cafetería– tomó la copa y de la manera más elegante tomó un sorbo del delicioso líquido rojizo.

     –No olvides tu promesa, dijiste que no se meterían más conmigo y mis amigos– Ken Kitamura estaba centrando su atención más de lo debido en el rubio que tenía por compañero esa fresca noche. Yukihiro tenía una fama de tímido y callado, lo cual era cierto. Pero lo que nadie sabía y para la certeza del integrante de la banda del instituto, era que el muchacho podía llegar a dejar de lucir tan tímido para convertirse en una persona demandante.

     –No te preocupes, no lo haré. Ahora, empecemos a comer– ofreció, lo cual ambos empezaron a hacer, al principio hubo mucho silencio, el cual fue roto por el sonido del teléfono móvil del chico de las matemáticas. Ken prestó atención a la conversación del su invitado especial.

     –¿Si?– contestó –¡Demonios Kishi, te he dicho miles de veces que no grites!– refunfuñó, el acompañante, al oír ése nombre se incomodó. Era su amigo y estaba robándole el tiempo con el chico más inteligente, el cual comenzaba a llamar poderosamente su atención. Esto, lo había descubierto la noche anterior al ponerse a analizar todas las cosas que había hecho y sí, en conclusión, aceptó que estaba siendo atraído por él –¡Okay!... Bien, está bien… Kishi ya bast…– dejó de hablar al sentir como el chico de grado mayor a él, el insoportable le quitó el celular de la mano y colgó la llamada.

     –Eso me molesta– dijo sin más y se sentó en su silla, continuando con la acción de ingerir la comida de alta cocina que había preparado para su silencioso invitado. Se llevó consigo el aparato que no le pertenecía y lo dejó a un lado de su plato. Yukihiro quedó impresionado y el enojo rápidamente llegó a él.

     –¡¿Por qué lo hiciste?!– inmediatamente se puso de pie, mirándolo con furia –¡Eres un atrevido!– Ken sólo lo miró en silencio, esperando a que Yukkie terminara con todo su monólogo –¡Dime, ¿por qué lo hiciste?! ¡No tenías el derecho!– seguía reclamando.

     –Te lo dije, eso me molesta– comenzaba a enojarse de verdad –Me molesta, que se roben el tiempo que me pertenece– tales palabras incomodaron al rubio, peli-largo –Así que siéntate y come– y como niño regañado Yukkie obedeció, de verdad quería ya que ellos dejaran de molestarlo, de haber sido otro momento, tomaría el plato y se lo lanzaría en la cara, pero no era el caso.


~*~Kenki in love~*~


     Prontamente el día de clases llegó y todo volvía a la normalidad, él debía estar de primero en el aula, esperando por sus compañeros y maestros. Estaba cuestionándose si él realmente quería ser el presidente estudiantil.

     –¡AWAJI YUKIHIRO!– se escuchó una furiosa voz entrar al aula, asustando a los ya presentes. El nombrado sintió un rayo recorrer toda su espalda, sabía que su amiga querría como mínimo degollarlo.

     –Megu-chan…– dijo casi con nerviosismo, su amiga era muy dulce con él la mayor parte del tiempo, pero cuando ésta se enojaba, ardía Troya. Se acercó a él con un aura negra cubriendo toda su figura.

     –Yukkie…– dijo de manera tenebrosa, para el rubio, claro está. Ella se acercó hasta donde él se encontraba, justo en su asiento a un lado de la ventana; el muchacho sólo se pegó contra la pared mientras ella se acercaba a él lentamente –Voy… a… ¡MATARTE!– gritó de pronto. Todos los presentes a ésa hora en el aula de clases se exaltaron ante tal grito.

     Ella se pegó a él, moviendo su cuerpo bruscamente hacia adelante y hacia atrás, simulando como si intentara ahorcarlo, Yukkie comenzaba a sentir mareos.

     –¡Megu-chan, ya para!– pedía con esfuerzo el rubio.

     –¡Esto te lo mereces por haberme colgado la llamada ayer!– decía la muchacha mientras seguía en su labor de darle su merecido a su amigo.

     –¡Tenía que colgar!– se excusó el muchacho –¡lo siento muc…!– se calló al escuchar las palabras del profesor que recientemente entraba al aula.

     –¡Buenos días jóvenes, tomen asiento!– dijo y tras eso continuó –¡Megumi, deje al joven Awaji en paz!– al parecer traía mal genio. La jovencita se detuvo y le dirigió una mirada fulminante al chico, quien suspiró aliviado dando gracias a que el profesor haya llegado y lo haya salvado.

     Poco tiempo después, entró un Enomoto desganado, recibiendo un fuerte regaño por parte del docente. Éste no toleraba retrasos, el alumno se disculpó alegando que había tenido fiebre durante la noche y por dicha razón, no había dormido bien por la noche y madrugada, provocando quedarse dormido hasta tarde.

     El profesor no dijo más, tan sólo se dedico a dar su clase. Kishi se sentó tras Yukkie y silenciosamente pellizcó su cuello.

     –¡Ouch!– exclamó en un susurro –¿Por qué me pellizcas?– le susurró mirándolo con disimulo.

     –¡Te lo mereces por colgarme la llamada ayer!– reclamó. Yukihiro suspiró. Ése muchacho, Ken, lo estaba metiendo en más problemas de los que debería, se supone que ya no lo molestarían más. Él esperaba que así fuera.

     Enomoto agradecía que la hora del almuerzo llegara, moría de hambre. No pudo desayunar porque corría el riesgo de llegar aún más tarde, así que sólo tomó un vaso de alimento y se fue a clases.

     Se hallaban en la cola de espera para comprar sus almuerzos los tres amigos inseparables; Kishi, Megumi y Yukihiro. Los dos amigos del presidente del salón, lo bombardeaban con preguntas sobre lo que había ocurrido en su “cita” con el guitarrista de la banda del instituto.

     –¡Ya les dije que no fue una cita!– seguía intentando hacerles entender a sus amigos, que no era una cita, que no lo fue y no lo sería. ¿Qué tan difícil era para sus amigos entender algo tan simple como eso?

     –Si no fue una cita ¿entonces por qué te invitó a comer a SU casa?– haciendo énfasis en ‘su’, preguntó Enomoto, otorgándole una mirada pícara.

     –¡Porque él es un necio!– respondió exasperado el interrogado.

     –Está bien, está bien. Síguenos contando– pedía Megumi, muy interesada en lo que posiblemente haya sucedido la tarde anterior.

     –Bueno, sólo comimos y hablamos sobre la escuela, las asignaturas que nos gustaban y nada más– dijo. Llegando su turno de comprar su almuerzo. Y luego suspiró pesadamente al recordar…

     –¡Kitamura, tu gato se llevó mi brazalete!– advirtió preocupado Awaji, asomándose por la puerta de la habitación donde había tenido su cena.

     –¿Qué?, ¿Cómo que se llevó tu brazalete?– se levantó de la silla en la cual estaba para acercarse al muchacho de un año menor que él.

     –Sí, se lo llevó. Estaba saliendo del baño y quise acomodarlo, lo desabroché y por error lo dejé caer, entonces ¡JAZ!, tu gato apareció lo tomó en su boca y salió corriendo– ése brazalete se lo había regalado Kishi en un día de la amistad, si lo perdía estaría muerto.

     –Demonios, ¿hacia dónde fue?– preguntó, mirándolo a los ojos. Yukihiro sintió un poco de vergüenza al contactar su mirada con la del azabache.

     –Por allá…– señaló como niño. alió corriendo en ésa dirección. Yukihiro miró un poco extraño al otro chico.

     –¡Mira, allá está!– señaló, estaba a un lado de la mesa central en una sala de estar.

     –¡Gatomon, ven acá!– se lanzó encima para evitar que escapara, ya que el animal se percató de que Ken iría tras él y emprendió la carrera huyendo de ambos chicos que los seguían. Sin embargo, el dueño del gato se golpeó con la mesa, gracias a que no calculó su aterrizaje.

     –¿Tu gato se llama ‘gatomon’?– preguntó un poco asombrado y divertido.

     –¡No me culpes, me lo regalaron cuando por TV transmitían digimon!– se excuso, mirando al chico rubio.

     –¡Se escapa y aún lo tiene con él!– corrió tras el pequeño felino, casi ignorando completamente la excusa del mayor; que corría con todas sus fuerzas con el objeto entre sus dientes. Se metió bajo un estante que contenía muchas vasijas finas.

     –Espera, lo moveremos– dijo el dueño. El otro muchacho sólo asintió.

     Ken movió lentamente el estante de madera, con talladuras elegantes en espira, para que el delgado animal no fuese a salir corriendo otra vez, pero tarde fue su acción cuando Yukkie le asustó, al decir que el gato estaba subiendo las escaleras.

     –Gatomon, ven acá, gato del demonio– salió corriendo una vez más, pero al tratar de subir las escaleras pisó mal un peldaño y cayó hacia su espalda, cayendo sobre el chico rubio.

     –¡Ouch!– se quejó el dueño del brazalete, quien amortiguó la caída del moreno. El gato al escuchar el sonido estridente se asomó por uno de los barandales de las escaleras, giró su cabeza dando a entender que no entendía y comenzó a caminar casi con descaro, aún con el objeto en su hocico –Quítate de encima– dijo malhumorado, el muchacho era delgado pero pesaba como ancla. Subió su vista sólo para ver el rabo del gato moverse de un lado a otro despreocupadamente –¡Estúpido gato!–.

     –¡No le digas estúpido a Gatomon!– reclamó Kitamura. Awaji lo miró irónicamente queriendo saber si lo decía en serio.

     –¡Pero si hace unos instantes lo llamaste ‘gato del demonio’– también reclamó.

     –¡Es mi gato, sólo yo puedo llamarlo así!– aseguró poniéndose rojo de la irritación. Yukihiro bufó con frustración. Para ésa hora él esperaba ya estar en su casa.

     –Entonces muévete y ve tras TU gato y tráeme mi brazalete que es demasiado importante– dio a entender, Ken se levantó y de mala gana fue tras el gato, pero al subir los primeros peldaños miró al otro.

     –Tú también muévete, que de no ser por TU brazalete, no estaríamos en esto– y siguió subiendo los peldaños con apresuro. Yukihiro sólo le obsequió una fulminante mirada y fue siguiendo el camino que el dueño del gato tonto había marcado.

    Ambos buscaron a su ‘amigo’ peludo con la vista, y vieron su linda -y estrujable cola-, moverse sin vergüenza alguna de un lado a otro bajo uno de los muebles que arriba se hallaban.

     –Shh– chitó Ken al otro, quien rodó los ojos con fastidio, como si no fuera obvio ya. Ken se acercó sigilosamente pero de pronto tuvo ganas de estornudar y sin previo aviso estornudó, asustando al gato que salió corriendo una vez más y puso de peor humor a Yukkie, quien corrió tratando de seguirle el paso al animal. Pero al bajar las escaleras, se topó con una chica del servicio tumbándola al piso, genial, ya iban dos caídas.

      –¡Oh dios mío, lo lamento!– se disculpó apenado poniéndose de pie para ayudarla –¿Estás bien?– preguntó esperando una respuesta, ella asintió sobándose la espalda –De verdad lo lamento–.

     –No se preocupe– alivió. Ken pasó de largo tras el animal por millonésima vez, la chica miró un poco intrigada la acción del hijo de sus jefes –¿Qué ocurre?– preguntó con dulce voz la muchacha. Yukihiro suspiró.

     –El gato se llevó mi pulsera y estamos tratando de que nos la devuelva, pero el muy tonto…–

     –¡NO LO INSULTES!– se escuchó desde algún lugar a Ken quien ni siquiera se veía por todo eso. El rubio estaba exasperado.

     –¿Necesitan ayuda?–.

     –Toda la posible– digo resignado.

     Luego de haber recorrido las dos plantas de la casa del guitarrista, haber puesto a más de tres sirvientes a tratar de atrapar a Gatomon, haber tambado al piso al menos dos sillas, un estante; haber lanzado como tiro al blanco las finas almohadillas de los costosos sofás de la madre de Ken al gato, con la finalidad de que se detuviera; haber corrido por la cocina desesperadamente, haber entrado al estudio del padre de Ken y haber lanzado al piso algunas libreras junto a muchos libros, los jardines tampoco se quedaron atrás y  prácticamente acabaron con una de las tantas hermosas jardineras de flores y rosas de la madre del dueño del gato del demonio, lograron atraparlo.

     Lo atraparon tendiéndole una trampa, le ofrecieron un poco de atún y el muy condenado dejó al fin el brazalete todo lleno de baba en algún lugar para comer.

     Todos los perjudicados se echaron a sentarse para tomar aire, si que era un gato caprichoso, como su dueño tal vez. Suspiraron con cansancio y por fin, el moreno decidió llevar al rubio a su casa.

    –Además, tiene un gato que se llama ‘Gatomon’– dijo, terminando de recordar su agotador acontecimiento. Los otros dos chicos rieron.

     –¿De verdad?– preguntó la chica divertida.

     –Sí y lo peor, es que él lo insulta, pero no deja a otros hacerlo– comenzó a comer.

     –Jajajajaja, si que es raro– río Kishi.

     Luego del almuerzo, se fueron nuevamente a clases y estas concluyeron de manera calmada y al fin la hora de regresar a casa había llegado. Los dos amigos del protagonista de ésta historia  se fueron antes, ya que Yukihiro debía dejar todo en orden en el aula y justo antes de salir, se encontró con quien menos creería hacerlo.

     –¿Qué haces aquí?– preguntó con incomodidad.

     –Sólo quería ver como estabas– dijo.





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Bueeeno~ Espero les guste ;A; 

Ja ne~
LOS AMO  A TODOS QUIENES LEEN.
Me hacen feliz, ¿si?
Espero yo alegrarles al menos un poquitititito >3<
besitos~ <3